Historia

Los templos anteriores

 

Tres son los templos que, a través de los tiempos, se han sucedido en el mismo solar que actualmente ocupa la Basílica de Santa María. El más antiguo del que se tienen noticias es la mezquita de la ciudad musulmana que, según la tradición, fue consagrada por Arnau de Gurb, obispo de Barcelona que, al decir del Llibre dels Fets, acompañaba a Jaime I el Conquistador, rey de la Corona de Aragón, en su entrada en la ciudad en 1265. La advocación escogida, como en el caso de muchas otras poblaciones recuperadas para la civilización cristiana por este monarca, fue el de Santa María en su glorioso Tránsito y Asunción a los cielos.
La mezquita, transformada en iglesia cristiana, se mantuvo en pie, según el erudito historiador local Pedro Ibarra y Ruiz (1858-1934), hasta 1334, año en que fue demolida por su vejez y sustituida por un templo de nueva planta que existió hasta 1492. Muy escasas son las noticias relativas al mismo: sabemos que era de estilo gótico y que en 1368 se estaban levantando dos arcadas nuevas y un altar dedicado a San Esteban; en 1379 un artesano apellidado Torres, que había pintado una tercera arcada con bermellón, mientras las restantes lo habían sido con almagra, reclamaba al Consejo municipal ilicitano la diferencia en el precio del colorante.

Entre 1492 y 1566 se levantó la tercera de las iglesias de Santa María, de estilo renacentista, al demolerse la anterior. De este templo se conservan algunas noticias que permiten tener una idea bastante aproximada del mismo. Sabemos, por ejemplo, que en 1557 dirigía sus obras Julián Alamiques, uno de los más destacados artífices del renacimiento en la Gobernación de Orihuela. Él fue quien concertó con Juan de la Torre y Pedro Bueno, canteros, ciento cincuenta carretadas de piedra. En 1566, fecha de la bendición del edificio, aún no había sido concluido su campanario, cuya construcción se concertó seis años después.
Para Cristóbal Sanz, autor de la Recopilación en que se da quenta de las cosas ancí antiguas como modernas de la ínclita villa de Elche, manuscrito de 1621, este tercer edificio era «muy grande, de una nave y tan alta que causa espanto y asombro a los forasteros. Parece que Nuestra Señora le sustenta, para que allí se celebre su muerte y asunción a los cielos. No se halla en la cristiandad otra tal fábrica como esta iglesia». Y para el citado Ibarra y Ruiz, la fábrica de este templo era similar a la del actual, con excepción de la cúpula, y destaca la presencia en su construcción de maestros tallistas y canteros de renombre, cosa que le dio «cierta magnificencia». Entre ellos, podemos citar al escultor Francisco de Ayala que en 1578 realizó la figura de la Resurrección de Cristo, destinada a la puerta de la iglesia de igual nombre.

La documentación conservada en el Archivo Histórico de la actual Basílica nos permite conocer la distribución interior de este tercer templo. Ocupaba aproximadamente el mismo espacio que la nave central del actual. Su altar mayor estaba dedicado a la Virgen María y contaba con diversas capillas y altares laterales en donde se hallaban los enterramientos de algunas familias ilicitanas. En el lado de la Epístola –derecha de la nave conforme se mira al altar mayor- estaban las capillas de San Juan Evangelista, de los López de Vergara; del Santo Cristo, de los Sarrió; de San Antonio Abad, de los Gras; altar de San Jerónimo, de los Perpiñán; y la capilla de San Diego –que tenía funciones de capilla de la Comunión-, de los Quirant. En el lado del Evangelio –izquierdo al mirar al altar mayor-, las capillas eran las de San Mateo, con altar de dicho santo, de los Aracil, y de San Juan Bautista, de los Esclapez; capilla de San Martín, de los Fernández de Mesa; altar de la Concepción de María, de los Ruiz; capilla de San Pedro, de los Santacilia; y la cuarta capilla, junto a la base del campanario, de la familia Sarrió, que en la fecha del documento conservado (1602) no poseía altar. A ambos lados de la puerta Mayor de la iglesia se hallaban los altares de San Miguel Arcángel, de la familia Caro, y de San Pedro y San Pablo, de los Malla. La imagen de la Patrona de Elche poseía su propio altar, cuidado por la Cofradía de Nuestra Señora de la Asunción en la cercana ermita de San Sebastián, en la calle Mayor de la Villa, actual sede del Museo Municipal de la Festa. Fue trasladada a Santa María en 1648, con ocasión del aumento de la devoción popular hacia su figura, tras la epidemia de peste que castigó el Reino de Valencia aquel año. Venerada primeramente en una de las capillas laterales, en 1656 fue situada en el retablo del altar mayor en donde se improvisó una hornacina. Dado lo envejecido de dicho retablo y la mala situación de la imagen de la Patrona –«estava molt alta i en un forat», señala un documento de la época-, se procedió a la construcción de un nuevo retablo. Tras la correspondiente subasta pública realizada en 1671, fue tallado por el escultor Antonio Caro, llamado «el Viejo».
La escasa calidad de los materiales empleados en la construcción de esta iglesia, su realización en diversas etapas –«a empellones», califica el citado Ibarra y Ruiz-, y el uso que se hacía de su bóveda para la celebración anual de la Festa o Misterio de Elche, con la presencia de un orificio o «trapa per on baixa l’àngel», cerrado con tapas de madera, que ocasionaba inevitables filtraciones de agua de lluvia, propiciaron la degradación del edificio. En 1595, tan sólo veintinueve años tras su bendición, ya fue necesario construir un contrafuerte junto al campanario para reforzar su parte norte. Y a partir de la segunda mitad del siglo XVII son frecuentes las denuncias de la Junta parroquial por el mal estado de la iglesia que tenía afectados algunos elementos estructurales: un pilar cercano a la puerta de Resurrección, el arco próximo a la citada «trapa» de la bóveda, una pared contigua a la puerta Chica, etc. Aunque las obras de consolidación se sucedían, en 1666 se llamó al maestro Pedro Quintana para que dictaminase el estado del edificio y las reparaciones más urgentes. Quintana, en un inquietante informe, propuso el cierre preventivo de la iglesia y su inmediata reconstrucción. Pero la falta de recursos económicos hizo que la Fábrica efectuara únicamente las obras más indispensables, como la reparación del campanario en 1670. A causa de los fuertes aguaceros que cayeron sobre la ciudad en los primeros meses de 1672 el templo se vio seriamente afectado y se detectaron desprendimientos de sillares en su interior. Consultado el arquitecto de origen genovés Francisco Verde, que se hallaba en Elche para reconocer algunos edificios civiles deteriorados por los temporales, sugirió el cierre inmediato de la iglesia, de manera que los sermones de Cuaresma se trasladaron a la parroquia de San Salvador. El 30 de mayo del mismo año, mientras inspeccionaban el interior de Santa María el citado Verde y algunos miembros de la Junta parroquial, se produjo el derrumbe de la bóveda de la capilla del Santo Cristo, así como de otra cercana al altar mayor, viéndose la necesidad de una actuación urgente. A pesar de que la Junta parroquial, reunida en fechas posteriores, decidió emprender la reparación del templo, pronto se vio como mejor solución la construcción de otro de nueva planta.

La iglesia actual

 

El mismo arquitecto Francisco Verde trazó los planos de la nueva Santa María y fue contratado como director de las obras. Tras derribar parte de las capillas de la iglesia ruinosa, se procedió a colocar la primera piedra del nuevo edificio, ceremonia que tuvo lugar el 2 de julio de 1673. Bendijo la piedra, que está marcada con cinco cruces, mosén Laureano Ruiz, vicario foráneo, y fue asentada en los cimientos del primer pilar de la derecha conforme se entra por la puerta Mayor por los caballeros Carlos Ortiz, Hilarión Sempere, Pedro Soler de Cornellá y Melchor Antonio Perpiñán. En 1674, con ocasión del fallecimiento del arquitecto Verde, se hizo cargo de la dirección de las obras el maestro mayor ya mencionado Pedro Quintana, que intervino hasta 1678. La construcción del templo barroco se inició por su nave central con el fin de poder usarla cuanto antes, tanto para el culto parroquial –trasladado provisionalmente a la pequeña ermita de San Sebastián-, como para la celebración del Misterio de la Asunción, representado estos años en la iglesia de San Salvador. En 1680 ya había sido construida la puerta de San Agatángelo, cuya decoración corrió a cargo del escultor estrasburgués Nicolás de Bussy (†1706). En 1682 era colocada la figura de la Asunción de María en la portada Mayor, obra del mismo artífice. Una vez finalizada la nave central, se procedió a su bendición el 7 de diciembre de 1686. Esta nave fue cerrada en su parte de levante mediante un muro provisional en el que se colocó el retablo que Antonio Caro había construido para la iglesia anterior y comenzó a ser utilizada para los diversos cultos parroquiales. Se accedía por tres puertas: la Mayor, a los pies de la nave, y las de San Agatángelo y de la Resurrección, en sus lados norte y sur, respectivamente. Precisamente, la presencia de estas dos últimas puertas, atípicas en el conjunto final del templo, ya que lo habitual es abrir únicamente accesos laterales en los extremos del crucero, se explica por esta construcción escalonada del edificio.

Prosiguieron las obras en el crucero, ábside y demás dependencias de la iglesia, dirigidas sucesivamente por Juan Fauquet y Verde (1681-1719), Fray Francisco Raimundo (1720-1730), que remató la cúpula en 1727, Marcos Evangelio (1754-1767), que revisó las partes ya construidas, y Lorenzo Chápuli y José Gonzálvez de Coniedo (1772-1784), responsables de la capilla de la Comunión. También hubo períodos sin que exista constancia de dirección técnica, bien por la detención de las obras ante la falta de recursos económicos o centrarse las mismas en aspectos decorativos, bien por recaer dicha dirección interinamente en algunos artesanos ilicitanos, como es el caso del cantero José Irles que concluyó algunos trabajos iniciados por Marcos Evangelio.

A partir del primer tercio del siglo XVIII se llevaron a cabo las principales tareas de ornamentación del interior de la iglesia en las que participaron destacados artífices de la época. La decoración de las pechinas de la cúpula, con las alegorías de los cuatro evangelistas, fue realizada por el escultor José Artigues, natural de Muro, en 1727. El mismo Artigues planificó los trabajos del retablo de la capilla mayor y camarín de la Virgen que, tras su fallecimiento en 1733, continuó el alicantino Juan Bautista Salvatierra. Retablo y camarín fueron dorados por el maestro Diego Tormos, que concluyó sus trabajos en 1740. En la misma época, los hermanos Irles, canteros ilicitanos, decoraban la puerta del Sol, en el crucero sur. Los balcones interiores fueron forjados por los herreros José Sempere, de Yecla, y Antonio Palomares y José Galbis, de Elche. El maestro herrero Miguel Sempere, de Sax, forjó el balcón situado sobre la puerta Mayor, y la barandilla de la escalera del camarín, corrió a cargo del citado Antonio Palomares. El altar mayor y su tabernáculo o expositor fueron diseñados en 1742 por el arquitecto Jaime Bort, que trabajó en la catedral de Murcia. El modelo fue realizado por Francisco Stots y los construyó en Génova el artífi ce Pedro Antonio Garoni. Se utilizaron mármoles de primera calidad decorados con embutidos de porcelana y relieves de alabastro.
El 14 de agosto de 1754, en las solemnes vísperas de la Asunción de María, fue inaugurado el órgano. Iniciado por Sebastián de Murugarren en 1749, a causa de su fallecimiento fue concluido por Leonardo Fernández de Ávila, natural de Málaga, y autor, entre otros, de los órganos de la Catedral de Granada y del Palacio Real de Madrid. La caja externa fue tallada por Ignacio Castell, de Elche, y las cariátides en forma de ángeles que figuraban sostener el balcón –conocidos popularmente como «els angelots de baix de l’orgue»- , fueron obra de Ignacio Pérez de Medina.
La última parte de la iglesia en ser construida fue la capilla de la Comunión que, de estilo necoclásico, se levantó a expensas del obispo de la Diócesis, José Tormo y Juliá. Este mismo prelado presidió la solemne consagración del templo el 3 de octubre de 1784, es decir, más de ciento once años después de iniciarse los trabajos. La culminación de Santa María fue celebrada en la ciudad con gran diversidad de actos públicos y festejos, civiles y religiosos, que duraron siete días y en los que participó toda la población. En 1789 el mismo obispo Tormo concedió al templo el título de “Insigne”.

En 1902 fue necesario cerrar la iglesia para proceder a su reparación. Los quebrantos sufridos en los diversos terremotos que castigaron la comarca, especialmente el de 1829, así como algunos defectos en la propia construcción, habían provocado que distintas partes presentaran amenazadoras grietas; particularmente preocupante era la rotura de uno de los arcos torales provocado por el excesivo peso de la cúpula. Tras el dictamen del arquitecto ilicitano Marceliano Coquillat y Llofriu (1865-1924), invitado a reconocer el templo por la comisión local creada al efecto, se procedió al cierre del edificio y a su inmediata reparación. El 8 de noviembre de 1902 se trasladó la imagen de la Virgen desde su camarín hasta el altar de la capilla de la Comunión en donde permaneció hasta el término de las obras. Éstas, dirigidas altruistamente por el mencionado Coquillat, consistieron en cimbrar los cuatro arcos torales, desmontar la cúpula, reforzar dichos arcos, derribar las bóvedas y arcos de la nave central y, finalmente, reconstruir las bóvedas y la propia cúpula con materiales más ligeros. Para la festividad de la Venida de la Virgen de 1905 se procedió a la reapertura del templo una vez concluidos los trabajos de restauración.

El 20 de febrero de 1936, Santa María, como las restantes iglesias de la ciudad, excepto la de San José, sufrió el asalto e incendio de su interior. En este siniestro desaparecieron todos sus elementos cultuales y ornamentales, incluida la propia imagen de la Patrona ilicitana. A partir de abril de 1939, concluida la Guerra Civil, se procedió a su restauración. Los trabajos fueron organizados por la denominada Junta Nacional Restauradora del Misterio de Elche y de sus Templos y la dirección técnica fue encomendada al arquitecto ilicitano Antonio Serrano Peral (1907-1968). En estas obras se repararon los daños de la estructura del edificio y se repusieron sus principales elementos interiores, en su mayoría fiel reproducción de los antiguos. A partir de 1971 ha dirigido restauraciones de diferentes partes de la iglesia, como sus cornisas exteriores, capilla de la Comunión y portadas Mayor, de San Agatángelo y del Sol, el arquitecto ilicitano Antonio Serrano Bru.
El 26 de mayo de 1951, S.S. Pío XII concedió a Santa María el título de Basílica Menor en reconocimiento a su contribución en la defensa y propagación de la Asunción de María a los cielos, cuyo dogma había proclamado el mismo pontífice el 1 de noviembre de 1950. En 1968 fue incluido el templo de Santa María, junto con el palacio de los Altamira, la Calahorra y la casa-palacio de Jorge Juan, en el Conjunto histórico-artístico de Elche. En 1982 el Ayuntamiento de Elche lo declaró edificio protegible de la ciudad. Y en 1983, la Generalitat Valenciana, lo incluyó en el Catálogo de Monumentos y Conjuntos monumentales de la Comunidad Valenciana.

En mayo de 2006 se bendecía e inauguraba el órgano actual, construido por el maestro organero Gerhard Grenzing, que imita el desaparecido instrumento del siglo XVIII. Por último, no hay que olvidar que la Basílica de Santa María es el único templo católico que goza del privilegio de poder representar en su interior una pieza de teatro religioso como es la Festa o Misterio de Elche. Tal privilegio fue concedido por la Cámara Apostólica del Papa Urbano VIII el 3 de febrero de 1632. El Papa Francisco concedió a la Basílica la celebración de un Año Jubilar Mariano, entre el 20 de noviembre de 2014 y el mismo día del 2015, con ocasión del 750 aniversario de la existencia en Elche de un templo dedicado a Santa María.